Protegemos nuestro corazón con una armadura compuesta por viejos hábitos de alejar el dolor.
Cuando empezamos a inspirar el dolor en lugar de rechazarlo, empezamos a abrir nuestro corazón a lo indeseado. Y cuando nos relacionamos de esta manera con los aspectos no deseados de nuestra vida, la habitación asfixiante del ego empieza a ventilarse.
Asimismo, cuando abrimos nuestros corazones cerrados y dejamos ir las cosas buenas -las irradiamos, las compartimos con los demás- esto también invierte la lógica del ego, es decir invierta la lógica del sufrimiento.
Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento. Sufres porque no aceptas lo que te va ocurriendo a lo largo de la vida y porque tu ego te hace creer que puedes cambiar la realidad externa para adecuarla a tus propios deseos y necesidades egocéntricas.
Como personalmente me dijo la madre Teresa de Calcuta alguna vez:
“En los países occidentales nadie muere de hambre y ni siquiera abundan los pobres como en la India… pero existe otra clase de pobreza, la del espíritu, que es mucho peor. La gente está insatisfecha con lo que tiene, les aterra el sufrimiento y eso les lleva a la desesperación. Es una pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil de remediar…”
“El siglo XX ha estado marcado por el consumo, el ser humano entendió “éxito” como “tener”, “eres lo que tienes”. Hoy, ya en otro siglo, el hombre se siente vacío y busca nuevas sensaciones constantes, pero no se trata de eso, se trata de reencontrarse con el sentir “volver a ser”, renacer como “Ser Humano”.
¿Te has planteado si estás escuchando más a la mente que al corazón? Mi impresión es que sí, y sabes lo que creo que la mente es un diablillo que tenemos dentro y que nos quiere constantemente engañar para vencer al corazón que es más sabio. ¿Cómo nos engaña? Haciéndonos creer lo que pensamos, porque así sentimos angustia y nos deprimimos y entonces nos volvemos sus prisioneros.