Día 16: Friendship (amistad)

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

25 de agosto de 2016

Día 16: Friendship (amistad)

De regreso a casa, doy valor a los metros cuadrados, a mis cosas aunque no soy una mujer de grandes apegos, al cuidado de Lucía y mi portero que en Madrid me hacen sentirme en casa. Y por supuestísimo a aquellos amigos que sé que siempre están ahí y que tanto quiero.

Echo de menos a Isa, mi compañera de viaje en estos tiempos; antes fue María José, mi adorable amiga, a la que tanto quiero y con la que todavía tengo el gusto de viajar, un mínimo tres noches al año, quisiera que fuera más, pero ella es feliz junto a Daniel. Yo soy feliz de verles tan felices. Les adoro.

A lo que iba, con Isa los viajes también son fáciles. Nos complementamos muy bien, ella es tierra y yo agua; ella es orden y yo caos, la mezcla pese a resultar muy opuesta, funciona, da un resultado óptimo; pues cada una resuelve circunstancias diferentes. Eso hace los viajes aún más interesantes.

Además, nos cuidamos mucho, en todos los sentidos. Nos protegemos mutuamente, somos la una para la otra, ya que eso es lo que tenemos en estos mundos lejanos. Tenemos gustos muy afines y cada vez somos más cómplices. En un pequeño cubículo podemos las dos sentirnos a gusto y montar nuestro espacio sin necesitar nada ni nadie más. Nos respetamos mucho. Los viajes juntas son dulces y muy agradables.

Gracias Isa por estar siempre ahí.

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Día 15: Desayuno en Milán y striptease en la estación

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

24 de agosto de 2016

Día 15: Desayuno en Milán y striptease en la estación

Preciso reencuentro con Marco, pese a llevar dos años sin vernos, parecía que había sido ayer. Nos llevó a cenar al 10 Corso Como, un precioso restaurante tienda, propiedad de la directora de Vogue Italia que nos encantó. Como me gusta tener amigos en cada puerto. Es algo tan especial.

Dormimos unas horitas y por la mañana nos fuimos a coger el tren para el aeropuerto. Llevaba una falda larga que se enrollo con la escalera mecánica. Sabía que era peligroso. Tiré de ella en vano así que, sin dudarlo allí mismo, ante todos me la quite, y seguí bajando.

Corriendo me fui a un banco, así en braguitas y le pedí a Isa que me sacara un pantalón de la maleta. Todo bajo los efectos de un ataque de risa. Parecíamos dos locas en apuros, si llega a ser de noche lo achacarían a una borrachera. Cuando la situación estaba controlada, una italiana que había sido espectadora me dijo: “ha estado fantástico” Tenía razón hubiera sido un fantástico sketch para vídeos de primera.

Y como en este mundo siempre hay gente buena dispuesta a ayudar, luego vino un indio y me dio la falda que había podido sacar a base de tirar.

Y ahora ya estamos en casa… Welcome home.

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Día 14: Narita maratón

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

23 de agosto de 2016

Día 14: Narita maratón

Hoy nos levantamos temprano para llegar con calma al aeropuerto. Teníamos que coger un cercanías y luego un tren exprés al aeropuerto. Salimos del apartamento a las 8. Hora punta nipona. Ya en el trayecto a la estación veíamos a todo el mundo a paso rápido. La entrada en la estación era un corre caminos.

Pasamos con éxito el primer tramo. Ahora teníamos que hacer transbordo al Narita exprés, la velocidad de la gente era aún mayor que en la otra estación, cruces en zigzag por mil salidas, si te parabas te arrollaban. Nosotras las únicas occidentales en medio de aquel tumulto. Respiramos hondo y cogimos siguiendo la señal del avioncito (una de mis señales preferidas en cualquier parte del mundo, incluso en la M30 de Madrid. Me ha sacado de más de un apuro) con la lengua fuera llegamos al andén en el momento que el tren iba a salir, con un salto de pértiga maleta en mano cogimos el tren. Una hora de trayecto y llegamos al limpio e inmaculado Aeropuerto de Narita.

Algún día escribiremos un relato de cómo sobrevivir en los viajes sin mirar guías y seguir horarios, sólo a golpe de potra.

Dejamos Tokio con lluvia torrencial y el tifón merodeando. Ahora nos vamos a Milán a cenar con mi querido amigo Marco y poder descansar un poco antes de llegar a Madrid.

Sayonara Japón, volveremos.

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Día 13: Barrio de Shibuya y colegialas niponas

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

22 de agosto de 2016

Día 13: Barrio de Shibuya y colegialas niponas

Hoy, nuestro último día en Tokio, decidimos pasear por Shibuya – el tifón, contra todo pronóstico, parecía estar calmado – así que nos aventuramos por esta zona. Nos llevamos una gran sorpresa. Dicen que es el Japón cool. No sabría qué nombre darle, lo que si nos dimos cuenta que parecía otro país: sucio, había mendigos en la calle, la gente era maleducada y nada respetuosa, bulliciosa, colorista, masificado (cruzamos por el cruce de peatones más aglomerado del mundo, donde la gente cruza a la vez en todos los sentidos, con pantallas gigantes de televisión por todas partes). Hubo un momento que no sabía si estaba en Tokio o en Times Square. Un horror para nuestra alta sensibilidad.

Nos dimos cuenta que una gran parte de la juventud japonesa parece actuar y comportarse en extremo de rebeldía a sus tradiciones. Llevan el pelo de colores, se visten de forma contra cultural, sus modales son mucho menos sofisticados, carecen de la delicadeza nipona (hermosa para mi gusto) son más rudos en sus modales.

En concreto nos sorprendieron, en la calle Takeshita (con un diseño retro-futurista) en la que una enorme cantidad de chicas se pasean vestidas como colegialas (un punto porno) con pompones, coletas y mochilas de colores, otras llevan un look heavy metal. Era una amalgama de colorido, de multiculturalidad, de consumo de lencería, ropa, productos de belleza, merchandising de ídolos japoneses y coreanos.

Todo país ha de evolucionar, toda persona ha de romper sus cordones umbilicales, pero perder las tradiciones es homogeneizarse. Es una pena. La globalización está acabando con la singularidad de los países. Este nuevo Japón parece estar perdiendo parte de su armonía, y orden. Igual era demasiado rígido, pero a mi entender creo que tenía que ver con la idiosincrasia de este país.

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Día 12: Y llego el tifón

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

21 de agosto de 2016

Día 12: Y llego el tifón

Mientras dormíamos en el Ryokan escuchamos que decían algo por el altavoz, incomprensible para nosotras. Sin darle apenas importancia bajamos a desayunar cuando nos avisaron, desayuno Japo de verdad (sólo comimos el huevo negro (típico de la zona: cocidos en a 100 grados en el agua del manantial) y lo demás lo enmerdamos un poquito para disimular) también nos pusieron yuba, tofu, umeboshi (ciéruelas pasas), soba, salmón, sopa de miso y arroz.

Nos tomamos el último baño termal y salimos bajo la lluvia torrencial con nuestro súper modelo de impermeable, totalmente amortizado, a coger el autobús. Esperamos bajo una lluvia interminablemente 10 minutos, finalmente llego cuando estábamos al borde de la desesperanza. El autobús abarrotado nos llevó durante más de una hora a la estación de tren. Allí aprendimos que estaba habiendo un tifón. Ya nos parecía que aquella lluvia no era para nada normal.

De nuevo un tren, transbordo, más transbordo y otro más llegamos al apartamento que alquilamos en un barrio cerca de Shibuya por aquello de vivir un par de días al modo Japo. En 20 metros de apartamento tienen de todo. Diría que demasiado. Abogo por un poco de minimalismo y un gusto más europeo. Dios que cosa tan incómoda.

Aquí en el barrio nos fijamos que los Japos después de trabajar o se compran la comida hecha en un tipo Seven Eleven o cenan en un restaurante. El alcohol parece que les gusta, vemos que mezclan todo: vino tinto, cerveza, blanco y champan… lo más anecdótico a este respecto es que el otro día les vimos desayunar a las 8:30 con vino blanco, los hay peores que nosotras. Lo que pasa es que estos parece que no matan una mosca. Pues hasta le tocan el culete a la pareja por la calle, para que luego digan que no tienen expresiones emocionales.

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Día 11: Hakone adventure

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

20 de agosto de 2016

Día 11: Hakone adventure

Hoy salimos de Tokio sobre las 10 de la mañana con destino a la gran aventura del viaje: monte Fuji, ya sin ticket para el tren bala (Shinkansen). Cogimos primero el metro, luego un tren local, luego un tren de montaña estiló suizo que nos fue llevando monte a través y finalmente un autobús, al final después de unas cuantas horas, mejor no contar, llegamos a nuestros Ryokan (un spa japonés con baños termales de aguas sulfurosas).

La entrada fue triunfal: después de quitarnos los zapatos, nos pasaron a una salita en la que había una balda con dos marcas oscuras y una especie de apoya pies en el suelo, sin dudarlo nos sentamos en las marcas oscuras y pusimos los pies en esos cojínitos. Cuando llego la mándame Japo nos indicó que nos sentáramos donde habíamos puesto los pies. Al sentarnos nos pusimos mirando a la pared y nos volvió a pedir muy amablemente que nos sentáramos al revés mirando el jardín. Entonces nos abrió las carpetitas marrones (donde nos habíamos sentado) para hacer el check in. Fue tal la paletada que nos dio tal ataque de risa que casi no pudimos disfrutar la taza de té y el dulce de recibimiento.

Luego nos acompañó a nuestra habitación, toda de tatami, súper al estilo de aquí. Después de descansar un poquito nos dedicamos al dulce placer de cuidarnos: baño termal, agua fría, baño termal, duchita, cremitas, mascarilla… Y luego cena picnic en la room, eso sí vestidas de kimono.

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Día 10: Tokio (Asakusa)

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

19 de agosto de 2016

Día 10: Tokio (Asakusa)

Hoy amaneció lloviendo a cántaros así que nos lo tomamos con mucha tranquilidad, desayunito europeo, pasito por el templo Sensoji y las calles de souvenirs, definitivamente éste, pese a ser el barrio más antiguo de Tokio, no nos ha gustado mucho, lo encontramos muy turístico y menos limpio y ordenado que otras zonas.

Como van quedando menos días decidimos dar una segunda oportunidad a la comida Japo: tempura y arroz a golpe de palillo con un vasito de vino (por aquello de digerirlo mejor). Sigue sin ser lo mío, lo siento.

Por la tarde con nuestro súper modelo de agua decidimos aventurarnos al otro lado del río donde están el Tokio Skytree Town, la torre más alta del mundo de 634 metros, se llama el barrio de Sumida. Ryogoku, no sabemos bien cómo llegamos ahí, nos encantó, nada que ver.

Paseamos por al borde del río. Como siempre no sabemos bien cómo llegamos allí, nos encantó la zona. Entramos en un centro comercial increíblemente grande, allí nos dedicamos a ver moda Japo: totalmente de ursulina, no hay manera de encontrar algo mono. Imposible tentarse.

Ya de camino al hotel encontramos un restaurante precioso con tulipanes naturales en jarrones, no pudimos resistirnos a tomar una ensalada natural (que ganas de verde) y una copita de vino. El presupuesto no da para más jaja…

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Día 9: Takayama – Tokio (barrio de Asakusa)

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

18 de agosto de 2016

Día 9: Takayama - Tokio (barrio de Asakusa)

Volvimos a desayunar en El café Don, hoy ya nos recibieron como auténticas clientas, nos dieron la mejor mesa del lugar y nos amenizaron con música de jazz, un disfrute para los sentidos.

De ahí nos dirigimos al mercado local, donde los campesinos venden sus pequeñas producciones de tomate, melocotones, berenjenas, calabazas y calabacines diminutos, modelo bonsai. También había artesanía hecha por ellos. Nos encantó conocer este Japón rural, que personalmente ni imaginaba que existía.

Partimos hacia Tokio ya con dominio: con lugar reservado, revisor llevándonos hasta el mismo vagón y sabiendo donde dejar las maletas para no cargar con ellas. Es una pena que hoy nos caduque el pase, Japan Raíl, porque ya nos habíamos vuelto maestras de la técnica.

La llegada a la estación de Tokio fue una locura, gente corriendo por todas partes, miles de señales, la mayoría en Japo… Aún no se ni como sobrevivimos, que estrés y que locura de corre que te corre. Decidimos probar el metro que aún no lo habíamos hecho… Un poco viajecillo pero muy bien comunicado con todo. Llegamos al hotel en Asakusa (el barrio más antiguo de Tokio) de nuevo habitación diminuta, ya le estamos también cogiendo el hilo a esto de tamaño (definitivamente el tamaño importa).

Asakusa es como la puerta del sol y la calle mayor, de mucho turisteo, nada que ver con Ginza (barrio de Salamanca) donde fuimos al principio, pero queríamos conocer diferentes barrios.

La cena hoy ha sido más modesta: pizza y vino; con el brexit hemos tenido que ajustar el presupuesto. También tiene su punto eso de estar reajustándonos jajaja…

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Día 8: Shirakawago y Kanasawa

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

17 de agosto de 2016

Día 8: Shirakawago y Kanasawa

Tras dormir plácidamente en el tatami, desayunamos café con tostadas en el café Don, escuchando opera, una delicia – auténtica exaltación de la sensibilidad. Luego nos fuimos a la estación de Autobús rumbo a Shirakawago, un pueblo de granjas familiares del siglo XVI, patrimonio de la UNESCO. La forma de las granjas recuerdan a las manos de los monjes budistas rezando. Tienen el techo de heno y están entre jardines de flores y arroz surcados por pequeños canales. Semejaban a un nacimiento o una aldeita asturiana. El clima era parecido.

Luego nos fuimos a Kanazawa una moderna ciudad ya lindando con el mar, nos gustó muchísimo, tanto que nos dio pena no poder dedicarle más tiempo. Paseamos por el Jardín de Kenrokuen, típico del periodo Edo japonés (1603-1868), parecía un jardín de bonsais gigantes, con riachuelos y fuentes. Todavía hoy se pueden ver japonesas paseando en kimono y la sombrilla de rigor. Los estampados de los trajes y la combinación de colores es de un gusto exquisito. Japón es el país de la sensibilidad. No pude evitar perseguirlas hasta conseguir una foto.

Este jardín debe ser maravilloso en primavera con los cerezos en flor.

De vuelta en Takayama decidimos probar para cenar la carne de wagu japonés, especialidad de la zona. Fuimos a un restaurante típico de los que se entra descalzo y uno se sienta sobre los tatamis del suelo, nos pusieron sopa de miso, arroz y carne a la brasa con verduras que nosotras mismas cocinamos. Hemos de confesar que pese a nuestras resistencias nos chupamos literalmente los deditos. Toda una experiencia.

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Día 7: viaje a Takayama, los Alpes japoneses

El diario de Maryam: 'Lo que no tengo a quien contar'

16 de agosto de 2016

Día 7: viaje a Takayama, los Alpes japoneses

Cogimos el tren bala con asientos reservados, aún mejor, cero estrés y perfecta precisión, para cada vagón hay una puerta con un número que se abre automáticamente según llega el tren, mientras se espera en una fila perfectamente ordenada. Se puede distinguir claramente quienes son los extranjeros recién llegados al país: todos descolocados, fuera de la fila y en donde no hay puerta.

Nos sigue sorprendiendo la limpieza de este país, no sólo limpian con un plumero los cajeros, los WC y los funiculares después de cada uso, sino también aspiran los andenes constantemente.

Tras el viaje de 5 horas llegamos a Takayama, un pueblito en los Alpes, los habitantes aparentan más rudos, sobre todo menos sofisticados que en Ginza (Tokio). Nos alojamos en una enorme casa japonesa de madera súper especial. Todas habitaciones cuentan con futones tradicionales sobre un suelo de tatami (tejido de paja) que sólo se puede pisar descalzos. En el centro hay una zona común de estilo antiguo con muebles de madera y vigas a la vista, en la que uno puede relajarse.

El barrio antiguo de Takayama es precioso. Un pequeño Kioto con casas de madera oscura y aroma a viejo. Según paseábamos se nos fue haciendo de noche y el estómago estaba a punto de sucumbir, así que como cada noche nos lanzamos a la búsqueda de las banderas italianas, caminábamos, caminábamos, preguntábamos, seguíamos caminando, marcha adelante, marcha hacia atrás pero fue imposible encontrarlas. Cuando ya estábamos a punto de la desesperación e inanición nos topamos con un restaurante francés encantador. Comimos una ensalada verde (que gusto), mejillones, jamón con melocotones japoneses (más parecidos a nuestras paraguayas), pan con aceite y una botella de vino… nos pareció un manjar celestial sobre todo teniendo en cuenta que a la hora de comer solemos tomar frutos secos, plátanos y alguna cosita más si cae.

¡Que delicia de viaje!

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