RILKE: AL ESCRIBIR

4 de julio de 2014

Al escribir no se atenga a temas generales, que entre en sí mismo y saque de ahí sus temas, que busque la hondura de las cosas cotidianas, ya que “en lo hondo todo se hace ley” y sobre todo que se sumerja en el gran silencio que lo constituye, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, y aguarde con humildad y paciencia (“la paciencia lo es todo”) el descenso de la claridad.

El destino de los artistas debe salir de ellos mismos, no llegarles desde fuera. Debe surgir de su “gran soledad interior”, una soledad que es un constante mantenerse en lo difícil, que crea una lejanía en torno a ellos, una cercanía lejana respecto al resto de los hombres.

El artista no debe desconfiar de su mundo interior, no debe excluir nada de él, ni siquiera lo más enigmático. Debe amar sus dudas, educarlas y convertirlas en “dudas sabedoras”. El artista debe vivir a fondo las preguntas más torturantes, debe ser valiente con lo extraño e inexplicable. No debe temer las tristezas, pues éstas son sólo los momentos en que ha entrado algo nuevo en nosotros, algo desconocido, y nos ha quitado por un momento todo lo familiar y habitual.

En definitiva y como conclusión de este decálogo epistolar, Rilke afirma que la vida tiene siempre razón en todos los casos y que “el arte es sólo un modo de vivir, y uno, viviendo de cualquier manera, se puede preparar para él: en todo lo real se está más cerca y más vecino de él que en esos irreales oficios semiartísticos que, reflejando una proximidad al arte, niegan en la práctica la existencia de todo arte y lo atacan, como hace todo el periodismo, y casi toda la crítica, y tres cuartas partes de eso que se llama y quiere llamarse literatura“.

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